miércoles, 19 de enero de 2011

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Hace dos años y 5 mesecitos yo era muy distinta a lo que soy ahora. Tenía menos cosas de las que preocuparme, las simples cosas de la vida ya me hacían feliz durante todo el día, la sencilla situación de esperarle en el andén me ponía nerviosa pero me hacía ansiar el momento de encontrarnos. Me protegía con gafas de sol para no mostrar mi lado más inocente, pero el pequeño sonrojo en mi cara y mi tímida sonrisa me delataban, y yo lo sabía.
Esa etapa en la que podemos aparcar cualquier situación que se nos plantee con tal de tener un contacto con esa persona, de poder hablar, de poder verle, de poderlo tocar. Cualquier cosa es menos importante que eso, y eso nos hace felices. Sabemos ordenar nuestras prioridades en un instante y nos empieza a dejar de importar la opinión de los demás.

Desde entonces ya han pasado unos cuantos veranos (a cual mejor) y hemos cambiado. De mejor a peor, de peor a mejor, de bueno a diferente pero igual de bueno... pero hay algo que permanecerá siempre. El capricho de imaginarnos en un momento concreto del pasado que nos haya aportado
algo bueno, nos da la oportunidad de disfrutarlo otra vez, manteniendo el espíritu de entonces y eso es algo que nadie más que nosotros nos puede dar. La habilidad de recordar cada uno de los detalles nos hace libres.

Tan rápido puedes ponerte triste como ser feliz. Escucha una canción que te haga feliz y en un segundo tu forma de pensar o comportamiento cambiará. Dejemos de escuchar canciones tristes cuando lo estemos, pues eso nos pone peor y es que ¡además lo sabemos! De la misma forma que cuando estás con
tento sintonizas la mejor canción que tienes. Todo depende de lo que nos apetezca sentir, somos dueños de nosotros mismos.

Y como una personita importante me suele decir: ¡La vida es más fácil!


Buenas noches (:






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